Hay una especie de animales poéticos que, gracias a sus desgracias, desdichas y extremada fatalidad, han sido rotulados por sus pares como “poetas malditos”. Ellos, desafiando la lógica, enfrentan con mayor severidad la subsistencia cotidiana, al radicarse, de manera irreverente, en el inestable cimiento de la civilidad. Pero su llamarada creativa, su vocación de soñadores, su roída envestidura de salmón y su atribulado estandarte de dolores, no son suficientes para retratar sus almas tendidas al propio sol crepuscular.¿Quiénes pertenecen a este improvisado club? Aquellos que son empujados por el desajuste vivencial, por las desventuras que acicatean sus pulmones poéticos, por sus aires de mártires y por sus sombrías angustias existenciales que les acechan en cada rincón cotidiano. Ellos son postulados a matricularse, sin carné, en la universalidad de los “poetas malditos”.Inadaptados e incomprendidos, caminan con desenfadada sonrisa, corazón adentro, por la orilla de la cordura ¿Cómo reconocerlos? Para tal efecto he elaborado un abecedario que debe aplicarse cabalmente al vate observado. Si el susodicho cumple los malditos requisitos no cabe duda que pertenece a esta familia, e inevitablemente pasará a acrecentar los anales -extraoficiales- de nuestra “bendita” historia literaria.
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